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El peral salvaje (Ahlat Agaci – The Wild Pear Tree) (***)

31 julio 2019

Padre, hijo y genética

Un joven turco regresa a su ciudad natal después de haberse graduado en la Universidad. Sin embargo, quiere ser escritor e intenta publicar su primera novela. Mientras, en casa se encuentra con un panorama poco alentador. Su familia está acuciada por las deudas contraídas por un padre ludópata.

En medio de la plaza se eleva la figura de un caballo. Evoca la guerra de Troya, la ciudad derruida sobre cuyos rescoldos se levantó Çanakkale, aunque se trate del diseño creado para la película protagonizada por Brad Pitt. Por tanto, no es un homenaje a la Ilíada o a los hechos relatados por Homero en el que Aquiles, pese a ser derrotado, adquirió un aura popular de semidiós que no consiguió Héctor, el auténtico triunfador. Sinan -Dogu Demirkol- no es Aquiles, ni cae por una flecha en el talón. Ni siquiera lo reconocemos como el verdadero héroe de esta propuesta. Tampoco imaginamos en ese rol a su padre Idris -Murat Cemcir-, un tipo ludópata y soñador. Muy distintos en apariencia, aunque podremos comprobar que portan genes idénticos.

En 2014 Nuri Bilge Ceylan consiguió acaparar premios en todo el mundo gracias a Sueño de invierno. Quiso repetir la Palma de Oro en Cannes con esta nueva propuesta, pero sorprendentemente se fue de vacío. Es cierto que no llega a la altura de su anterior trabajo, pero se queda muy cerca. Mantiene muchas características semejantes. Sus largometrajes lo son en toda la extensión de su palabra. Nada menos que 188 minutos, siete menos que la precedente. Ambas gozan de largas conversaciones, ritmo lento y profundidad en los diálogos. En ningún momento parece estirada a propósito.

Por lo que se refiere a El peral salvaje, el árbol que puede admirarse en una modesta casa rural que posee la familia de Idris en las afueras. A su alrededor persigue el encuentro de una corriente acuífera en un antiguo pozo del que no mana ni una sola gota. Se muestra como un soñador, un optimista que espera un golpe de suerte, un viento cambiante que modifique su destino. El suyo actual es el de un ludópata aparentemente distante con respecto a los suyos.

Sinan es antagónico. Regresa al pueblo después de haberse graduado en la Universidad y su destino parece ser el mismo que el de su padre, un maestro desencantado. Sus miras son altas, y paulatinamente se encuentra con muros aparentemente infranqueables que modifican sus inquietudes. En realidad, quiere ser escritor y contar cosas de la zona en que nació, aunque huyendo de los tópicos. Por eso choca con quien puede financiar su obra. El alcalde y otras personas le achacan esa posición contra corriente.

Su visión es otra y sus apetencias muy diferentes. Se pone de manifiesto en un pasaje en el que se encuentra con un escritor reconocido, Suleyman -Serkan Keskin-. Ambos ofrecen sus puntos de vista e incluso el autor prestigioso pretende que el protagonista recapacite sin conseguirlo. Sinan es arrogante, e incluso manifiesta un complejo de superioridad palpable en cada una de las conversaciones que mantiene con distintos personajes. Bilge Ceylan bebe en los clásicos y en la pantalla desfilan los interlocutores de dos en dos, como en las más tradicionales tragedias griegas.

Todo conlleva a mostrar las decepciones que sufre el universitario. Primero, con la muchacha con la que ha confraternizado des su juventud -Hazar Erguclu-, quien está a punto de mudarse a causa de su boda con un joyero. La casa familiar está acuciada por las deudas fomentadas por el comportamiento de Idris, quien tampoco duda en tomar parte de las setecientas liras turcas que tiene guardadas su hijo para publicar su novela, del mismo título que el filme.

Se trata de una crónica del nihilismo, del desencanto y la nada. Sus protagonistas, sufridores y en apariencia apáticos, caminan hacia el vacío, ganando en interés e importancia conforme nos aproximamos al desenlace. Los últimos minutos son tan entrañables como sugerentes. Se accede después de diálogos casi interminables, de discusiones filosóficos que atañen muchos aspectos, incluidos los teológicos.

Visualmente la película es impactante. El cineasta turco es muy exigente a la hora de componer unos planos con exquisitez milimétrica. Da la sensación de que espera el momento adecuado para obtener la luz que requiere en cada secuencia. Cuenta con la ayuda de Gökhan Tiryaki, su habitual camarógrafo. Y no solo destaca en ese aspecto, puesto que el sonido se sitúa prácticamente a la misma altura. Popularmente, la cinta presenta diversas rémoras. Especialmente, las referidas a la lentitud de su puesta en escena y a unos diálogos extensos y cargados. A cambio, cinematográficamente es una joya rara, ciertamente irreverente en lo comercial y técnicamente muy atractiva.

From → Cine

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