Saltar al contenido

Un tiempo precioso (**1/2)

17 julio 2020

¿Hay cura para lo que se olvida?

Un actor en declive se enfrenta al último acto de su vida. Prepara la adaptación de u a obra teatral cuando se le diagnostica alzhéimer y un tumor cerebral. Su hijo, al que abandonó quince años atrás, duda en acudir en su ayuda mientras su actual esposa pretende recuperar su amor perdido.

En una primera obra es muy difícil huir de las connotaciones autobiográficas. Máxime, si posee una componente intimista muy acusada. Eso es lo que le sucede a Miguel -Micky- Molina en su debut como guionista, productor, actor y director cinematográfico. A las referencias personales se unen los recuerdos y vivencias familiares. Incluye a su madre al final del relato e ilustra las imágenes y los créditos finales con sendas canciones interpretadas por su padre, Antonio Molina, y no son precisamente de las más populares.

Rebasada con creces la cincuentena es lógico que se efectúe una mirada introspectiva. También que se quieran demostrar las cualidades de cada uno, ya sean innatas o adquiridas con la experiencia. Con un alto grado de autoexigencia también se incluye en la coctelera alguna aportación novedosa, y si puede ser en varios campos mucho mejor. Los mencionados, y alguno más, son los ingredientes de una película que sorprende en el inicio y que, paulatinamente, abandona la originalidad para dar paso a la ternura y a que las evocaciones oníricas tengan un peso mayor.

Miguel, un actor en declive fuma y bebe sin cesar. Su casa parece un auténtico caos, y él tampoco se libra con su aspecto desaliñado, una melena incontrolada y unas gafas redondas que bien pudieran entroncar con el Marqués de Bradomín de Vallé Inclán. Previamente, su hijo -Carlos Pulido- ha recibido una llamada telefónica de su madrastra -Sandra Blackstad- y hermana de su madre, anunciándole el delicado estado de su salud de su padre. Después de quince años sin tener noticias suyas, duda si debe ir a su encuentro.

Finalmente acepta, le acompaña al centro médico de una localidad serrana de la Comunidad de Madrid y las noticias son desesperanzadoras. Para entonces, Miguel habla con un amigo imaginario llamado Agapito -Saturnino García-, un hombre al que solo ve él y que tiene como gran amigo y confidente desde años atrás. Comienza así una aventura en la que padre e hijo están condenados a acercarse. No solo tira la sangre, también la realidad de quien un día fue hijo y ahora padre, cuyo primogénito pasa por el mismo sendero.

El alzhéimer es galopante. No hay regresión en esa enfermedad y el protagonista se interroga cómo se puede curar lo que se olvida. Prepara con ahínco su última adaptación teatral cuyo título no podía ser otro que El canto del cisne. La obra de Antón Chéjov llega a presentársela a Cornejo, propietario del Muñoz Seca. Sabe que no tendrá mucho más recorrido y aunque no sea consciente de ello, el tumor cerebral diagnosticado le consume más rápido de lo que quisiera. Tiene al lado a su hijo, aunque ha echado de casa a su esposa por mucho que ella intente recuperar su amor y asistirle en lo posible.

La historia no es un melodrama sobre un personaje aquejado de una enfermedad terminal. Miguel Molina la suaviza desde el comienzo, aunque se abandone a la ternura conforme se acerca el desenlace. Entre las incongruencias de su protagonista y las elaboradas frases, que podrían haber sido mejoradas, la cinta nos atrapa desde el inicio a pesar de sus devaneos. Ayuda una puesta en escena donde la iluminación pretende mostrar los estadios de lucidez del personaje central. Puede ser que abuse de imágenes superpuestas por mucho que tengan un claro mensaje. Y cuando alguna de estas partes no suma, se agradece una banda sonora variada y constante de Luis de Arquer.

Como sucede con la evolución de la enfermedad, se aprecian tres fases en esta producción. La primera es críptica, alocada, con fases de ensoñación. Anticipan algo trágico por mucho que tiendan a la comedia, e incluso al esperpento, dicho sea en el mejor sentido de la palabra. La segunda intenta aligerarse por medio del humor sin alcanzar las cotas esperadas. Los diálogos son más inteligibles y fluidos. Luce la tragicomedia antes de dar paso a un desenlace más trágico, pausado y de reflexiones autobiográficas. Pasamos de Madrid a Ibiza y el autor se vuelve más vulnerable y sentimental.

From → General

Deja un comentario

Deja un comentario

Este sitio utiliza Akismet para reducir el spam. Conoce cómo se procesan los datos de tus comentarios.