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Adam (***)

5 noviembre 2020

Embarazada en Casablanca

Una joven embarazada recorre las calles de Casablanca ofreciendo trabajo a cambio de cobijo. Se le cierran todas las puertas hasta que llama a la casa de una mujer que vende pasteles en su propia vivienda. Aunque a regañadientes, admitirá a la vagabunda y sus vidas cambiarán para siempre.

Después de sorprendernos con Razzia -2017-, donde figuraba como guionista y actriz protagonista, Maryam Touzani se pone por primera vez tras las cámaras para contarnos una nueva historia a caballo entre el empoderamiento de la mujer marroquí y las muchas dificultades que todavía encuentran para alcanzar un punto estimable de libertad. Lo hace a través de una propuesta modesta y con un mayor fondo del que propone a simple vista en poco más de hora y media.

Cámara en mano sigue a una mujer embarazada por las calles de Casablanca. Se trata de Samia -Nisrine Erradi-, que ofrece a cambio de cobijo cualquier tipo de trabajo, ya sea limpieza, peluquería u otros afines. Una de las puertas a las que llama es a la de Abla -Lubna Azabal-. La pantalla la toma a ella como referente con una planificación más ortodoxa. Tiene una pastelería en su propio domicilio, donde expende fundamental rziza, ese pan de Marruecos que se deshilacha. Es viuda y de natural distante y arisco. Incluso con su hija Warda -Douae Belkahouda-, cuya principal obsesión con ella son los estudios,

Inicialmente, rechaza la propuesta de la joven encinta, aun a pesar de la insistencia de la pequeña, que había visto en la recién llegada un cariño que no parecía tener en el hogar. Pese a su carácter agrio e introvertido, el personaje de la estrella de Todo pasa en Tel Aviv demuestra tener buen corazón cuando se apiada de Samia al verla acurrucada en un portal dispuesta a pasar la noche a la intemperie. Con diversos vaivenes, el trato se cierra en que se marche definitivamente cuando dé a luz. Mientras, entre ambas se establece una lógica ósmosis. Cada una tiene aspectos que dar y recibir, por lo que la vida de ambas cambiará para siempre. Una bajará algún peldaño de su pedestal mientras que la otra madurará a pasos agigantados.

Sin duda, lo mejor de esta propuesta es el trabajo de sus dos actrices principales, que muestran una compenetración absoluta, y cuya química acreditaron a su paso por el festival de Cannes con un beso lésbico que se hizo viral. Pero también la puesta en escena de Maryam Touzani, quien sabe dar a cada secuencia el empuje justo como para no tender hacia la autocompasión ni a proporcionar más almíbar del necesario. Bien en verdad que deja un final demasiado abierto y algunas cuestiones sin cerrar, como la propuesta de Slimani -Aziz Hattab-, un admirador de Abla dispuesto a demostrarle su amor en cualquier momento.

Ser madre fuera del matrimonio constituye todavía un estigma en Marruecos. Samia pretende dar a su hijo en adopción para luego volver a casa de sus padres y rehacer su vida. Incluso, con la vista puesta en un matrimonio. Lo que no puede es regresar con el bebé porque supondría un escarnio para ella y su familia. En las grandes urbes, véase Casablanca, puede pasar más desapercibida, lo que no quita para que encuentre en ella el respaldo necesario. Son razones de peso para no encariñarse con su hijo. Ni siquiera para darle el pecho, aunque tenga hambre. El instinto maternal debe quedar al margen para seguir con su vida debido a las tradiciones machistas que todavía perviven, sobre todo en las zonas rurales del país.

La estructura del film no da para más. Se centra en la relación entre las dos mujeres y las diferentes formas de enfrentarse a la maternidad. De pasada, le afectan otras cuestiones. Por ejemplo, el hecho de ser madre soltera, o viuda, en Marruecos y las tradiciones obsoletas que privan de la necesaria libertad. El film no deja de ser un hito importante en favor de la igualdad de sexos más que del feminismo en general. El trabajo visual es más que acertado y supera, con una planificación muy consistente, la propuesta más simplista del guion.

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